Ver y ser vistos.
Día a día estamos inmersos en acciones automatistas. Necesitamos una rutina que nos estructura y ordena dejando en ocasiones, poco lugar para vivir de forma consciente aquello que nos ocurre, que nos preocupa o que queremos hacer.
Pasamos los días de forma automática, sin poner alma, sentimiento y corazón a lo que me sucede y a lo que le sucede al otro. Transitamos la vida sin reconocerme y sin reconocer.
Escuchando una entrevista a John O’Brien y posteriormente en una conversación con mi amiga Aurora, estuvimos hablando del impacto que tienen las instituciones en las personas. Como hay personas que salen fortalecidas por su paso por ellas y a quienes el peso de la institución se come a la persona castrando el deseo de poder llegar a ser.
Por mi trayectoria profesional, este impacto tanto positivo como negativo lo he podido vivenciar, así que, no me sorprendió, pero me llevó a la reflexión.
¿Qué debe ocurrir en las instituciones para que puedan ser un lugar seguro para ser persona?
La respuesta me la dió una niña de 12 años con discapacidad que me dijo: Lourdes, lo que me pasa en casa (la familia es una institución), es que cuando estoy con mis padres pasando mi rato con ellos cogen el móvil y yo siento que no me ven, que no importo.
Yo le pregunté: ¿Y tú que necesitas para poder ser vista?
Y ella me dijo: simplemente que estén conmigo. Que yo sienta que me escuchan, que me miran, que les interesa lo que digo y lo que me pasa. Que se rían conmigo.
Simplemente estar de forma consciente en cada relación vital familiar. Y cuando digo en cada relación vital, me refiero a aquellas que son significativas, importantes.
John O’Brien relata, que las personas que sobreviven a las instituciones son aquellas que han podido ser reconocidos y acogidos por sus figuras de referencia.
No hay que hacer gran viaje para reflexionar, simplemente viajar al núcleo familiar.
Y tú, ¿reconoces, te reconocen en la familia?.
¿En qué te puedo ayudar?
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